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Suite francesa, de Irene Némirovsky

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La edición que he manejado de Suite francesa , la novela inconclusa de Irene Némirovsky, se complementa con unos textos adicionales, a saber: sus reflexiones mientras escribía, encontradas en un cuaderno manuscrito, y un manojo de cartas ajenas a su mano. Ella había sido detenida y llevada, en principio, a un campo de concentración en el interior de Francia. Su marido, familiares y amigos escribieron cartas desesperadas intentando averiguar dónde se encontraba y en qué estado. Apelaban a cualquier autoridad o contacto que pudiera darles información. No tuvieron éxito. Tres clases de textos, tan distintos, conforman un todo incontrolable y desconocido para la autora de la novela. Desgraciadamente, ella nunca tendría acceso a esta especie de corpus sobreliterario que aumenta la novela, o la reduce, o la condiciona, o la altera, o la complementa o la destruye. Los dioses de las letras operan un milagro fuera del alcance de lo humano. Ellos, no sienten ni padecen, se despre

El verdadero nombre de las cosas

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 No es por todos conocido que el entrenamiento primero de Jean-François Champollion en el desciframiento de mensajes arcanos se produjo en el mercado de frutas y verduras de su localidad natal, Figeac. Su padre, librero, lo enviaba a hacer mandados, confiando ya en el criterio del niño para elegir las mejores compras en un mercado, por otro lado, plagado de aviesos mercaderes dispuestos a dar gato por liebre. La ínfima cultura de los vendedores garantizaba una cartelería indescifrable para una persona culta, llena de faltas de ortografía o de transcripciones más o menos fonéticas del verdadero nombre de las cosas. La frontera, por tanto, entre el verdadero nombre de las cosas (si tal existe) y aquel por el que a ellas se referían era especialmente difusa en los mercados de Figeac. El joven Jean-Francois aprendió de chico a lidiar con la evanescente referencia a las cosas, la brumosa e inabarcable combinación de símbolos cuando se deja al albur de la falta de normas o, qui

El rastro en letras de aquel mundo

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    En un recodo de la biblioteca de mi padre me he encontrado con Azorín. El color amarillo de las páginas, su olor cargado de humedad, forman parte de la misma memoria que evocan las palabras escritas. También esta casa donde leo a Azorín es de piedra y madera y tiene más de cien años, como las que describen estas hojas, aunque no esté en Castilla la seca, eso no, sino en las medianías de nuestra isla. Son dos líneas contrapuestas y, sin embargo, armónicas las que leo. Por un lado, el regeneracionismo propio de su tiempo, expresado con la crítica a los modos antiguos de cultivar la tierra y producir en los campos de Castilla. El hombre castellano mantiene tradiciones improductivas, no imagina ningún tipo de cambio. El hombre de Levante, según Azorín, por contra, tiene un carácter bien distinto del hombre de interior, es alegre y es dinámico, por tanto, está dispuesto a cambiar y modernizarse. Pero estos análisis son lo que menos cala en mí, por mucho que tengan un peso

Odisea del perroflauta

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  Querido Georges: Sé lo que esperas de mí: un sí o un no, algo parecido a un veredicto, culpable o inocente. Si hay culpa, el castigo siempre es simple.  Georges, hemos llegado a muchos acuerdos tácitos. Me doy perfecta cuenta de que no le prestas atención a los argumentos que te doy para llegar a mis conclusiones. Posiblemente ni los leas. Eres un hombre de mundo y de negocios, con muchas tareas, con muchas llamadas, con muchos correos y "whatsapps", con unas nóminas que pagar a fin de mes de las que dependen un puñado de familias. Me parece bien que no hagas lecturas atentas de mis informes. No dejaré de exponerte el porqué de mis conclusiones. Algún día, quizá, las reúnas en un tomo que alguien hojee con un poco de cuidado. He estado a punto de escribir "con el cuidado que merecen" pero soy un simple lector, trato de apartar mi ego. Mientras tanto, tu desinterés lo acepto como un gran elogio. Depositas en mi criterio una confianza que yo no tengo. P

Sobre Meran

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  Trazar líneas imaginarias en el aire es cosa de soñadores, pero no sólo, también de reguladores del espacio aéreo. Existen salidas y llegadas normalizadas a todos los aeródromos y aeropuertos del mundo, rutas en altura y no tanto y puntos con nombres que, a mí al menos, me suenan exóticos, como de islas ignotas en los Mares del Sur. Lugares que existen en símbolo pero nunca podremos ver por las ventanillas en nuestros viajes. Las cartas de navegación aérea están plagados con ellos, como Meran, Urqui y Odegi, este último, desde Canarias, en ruta hacia Puclo.  Al ver la ubicación de Meran en la carta no puedo dejar de pensar que quizá marque el sitio por donde se aparece, de cuando en cuando, San Borondón. Pero decir que San Borondón está, como Meran, a 42 millas de la radioayuda situada en las lomas cercanas al Hospital Insular, en Gran Canaria, por un radial que no logro averiguar porque no sé mucho de cartas, pero que debe andar por los 250 º, es fijar a San Borondón para siempre, c

Toda la poesía de... en un par de minutos o tres.

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  La idea es condensar toda una antología en una única lectura. Para no perder tiempo. Empiezo con Luis Cernuda y no creo que siga. Esto se quedará en episodio piloto. Lo del silbido es que, como no me gusta la poesía, iba silbando mientras leía. 

Un pliegue en el tiempo

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  Me enteré casualmente de la muerte de Orly hace unas dos semanas. Murió en el 93, un par de años después de la última vez que le vi. Ayer, sin embargo, recibí su carta, fechada mucho tiempo atrás. Ha debido andar perdida durante años por sabe dios dónde. Alguna mano habrá dudado si merecía la pena devolver un papel tan amarillo al cauce del correo. Así que, para mí, Orly ha atravesado en poco tiempo, de ida y vuelta, el delicado paso entre la vida y la muerte. En mi recuerdo estaba vivo, hermoso, pensativo, joven, reservado, con ese aire enigmático y silencioso que tanto atractivo le daba, hasta el día en que me dijeron que había muerto. En mi recuerdo no tuvo tiempo a envejecer como yo, o como todos. Sujetó siempre el cigarrillo oportuno mientras pedía un café o esperaba una respuesta a una pregunta que nos hacía con su mirada azul. Parecía estar esperando una revelación sobre el sentido final de todas las cosas. Le rodeábamos tipos pedestres como yo. Quizá perdió con